Cuando la violencia trasciende y se aprende: columna de opinión de José Pedro Silva Prado, Presidente de Fundación Ciudad del Niño

Videos de agresiones entre escolares en sus propios establecimientos, amenazas de “masacres” y organización de agresiones sexuales a estudiantes de otros liceos. Estas son sólo algunas de las problemáticas que están en la palestra pública desde hace algunas semanas, en concordancia con el inicio del año escolar. Sin embargo, ¿por qué tanta violencia y cómo se origina?

Desde Fundación Ciudad del Niño creemos que estas conductas tienen su génesis en las dinámicas familiares, en el grupo de pares y en el deterioro alarmante de nuestra convivencia social. La violencia se advierte a nivel cotidiano y los niños, niñas y adolescentes la perciben todos los días en experiencias directas e indirectas, lo que se ha acrecentado con el contexto de pandemia, cuyos negativos efectos han contribuido al agravamiento de esa impronta disociadora.

La violencia entre nuestros niños, niñas y adolescentes se ha ido naturalizando como una forma legítima de solución de conflictos, emulando el comportamiento que ellos perciben en los adultos que son sus referentes en la familia y en la sociedad, impactando su bienestar y su calidad de vida y comprometiendo seriamente la armonía social, única base sobre la cual se puede aspirar a darles el futuro bienestar que necesitan y merecen. Frente a ello, no hay respuestas en el ámbito de la salud mental y no se advierten estrategias para enfrentar este flagelo. Además, la lógica reactiva se ha ido instalado, ofreciendo como solución solamente reglas, protocolos y sanciones, en desmedro de acciones preventivas

Hemos vivido violencia, ansiedad y muerte con la pandemia durante los últimos dos años, afectando especialmente a nuestros niños, niñas y adolescentes a quienes les ha tocado enfrentar situaciones y eventos estresantes, respecto de las cuales ni los adultos estábamos preparados, sin tener nociones ni herramientas adecuadas para abordarlas.

De hecho, de acuerdo a los resultados del “Estudio Efecto de la Cuarentena COVID-19 en Bienestar adolescente”, realizado en el marco del Proyecto de investigación Fondecyt, los niños mayoritariamente (85%) manifestaron haber sentido temor a que se contagie un familiar y a que muera una persona cercana (82,4%), incluso más que el temor propio a morir, el que fue experimentado sólo por un 30.5% de la muestra, develando graves problemas de estrés y agobio.

El estudio concluye que la pandemia por Covid -19 ha penetrado la vida de los adolescentes en nuestro país y eventos como el encierro en el hogar, duelos repentinos, la violencia intrafamiliar, el sobreuso de internet y redes sociales, han impactado negativamente en su bienestar y desarrollo, aumentando problemas conductuales, emocionales y alteraciones del sueño.

Por otro lado, los niños, niñas y adolescentes han visto cómo conductas violentas de gran impacto logran objetivos, es decir, han constatado como en algunos momentos las conductas violentas ayudan a conseguir cosas, lo que favorece una percepción legitimadora. Por último, hay que tener presente que está siendo muy difícil para las comunidades educativas gestionar la pandemia y sobrellevar las distintas tareas que esto implica, en conjunto con el proceso pedagógico.

Frente a esto, ¿Qué hay que hacer como sociedad para disminuir los hechos de violencia? Un primer paso es atender las problemáticas de salud mental que hasta el momento no han sido eficaz ni adecuadamente abordadas. Además, es necesario trabajar protocolos y normas de convivencia que más que una lógica de castigo, muestren un énfasis formativo y señalen con claridad las conductas positivas esperadas. Es muy importante reflexionar acerca de qué personas queremos formar y este es un desafío que debe incluir a las familias, a los niños, niñas y adolescentes, profesores y comunidad educativa en general.

Especialmente las familias deben preocuparse que sus hijos/hijas no sean ni se expongan a ser víctimas de la violencia y el abuso, así como también no ser ellos causantes de agresiones físicas o sicológicas. Esto implica tener muy presente los límites de los derechos propios y los de los demás.

Finalmente, se requiere de las familias y comunidades educativas, así como se exige de la autoridad pública, una condena explícita, enérgica e inequívoca a todo tipo de violencia, cualquiera sea el ámbito en que se produzca.

 

José Pedro Silva Prado

Presidente

Fundación Ciudad del Niño